Algunas historias sobre cómo la economía afecta a los consumidores individuales se extienden a lo largo de décadas. En The Atlantic publicaron una historia, muy interesante, sobre cómo los precios de los billetes de avión bajaron un 50% en 30 años y apenas nadie lo notó, que podría ser un buen ejemplo de ello. De hecho tiene varias partes económicas, informáticas y psicológicas interesantes, además de otros detalles curiosos.
La lección se refiere principalmente a los Estados Unidos, con sus normativas y leyes, pero no es difícil encontrar paralelismos con otros países, regulaciones legislativas similares e incluso otro tipo de compañías de bienes y servicios como las de comunicaciones, electricidad o gasolina.
El caso es que si examinan los precios de las tarifas históricas de los billetes de avión ?naturalmente ajustándolos a la inflación para que no se distorsionen? es fácil ver que los precios han bajado aproximadamente un 50 por ciento desde 1978. Lo que en aquella época costaba 600 dólares ahora cuesta 300. Eran tiempos en los que apenas el 20 por ciento de los ciudadanos habían volado en avión alguna vez, mientras que al comenzar el Siglo XXI ya lo hacía más del 50 por ciento (de promedio un par de viajes de ida-y-vuelta al año). El número de pasajeros se triplicó en ese tiempo.
La clave fue la liberalización del sector. Como en tantos países, el gobierno mantenía unas férreas normas sobre las compañías de aviación existentes, los trayectos que podían realizar y los precios que debían cobrar. Cruzar el país costaba como mínimo 1.400 dólares por ley; hoy en día se puede hacer ese viaje por unos 300. Cuando la regulación terminó y las compañías pudieron competir abiertamente, los consumidores se beneficiaron: mejores precios, más opciones, mejor servicio por hacerse con una parte mayor de la "tarta" de un número gigantesco de viajeros.
Los ordenadores tuvieron mucho que ver en el asunto. Los precios de los billetes varían según cuándo se compren, y hoy en día es casi difícil encontrar dos personas que hayan pagado lo mismo en el mismo vuelo. Casi todas las compañías, además, simplificaron las tarifas para ofrecer muchos más "extras" que antes no iban incluidos, de modo que pueden tener tarifas peladas y luego cobrar recargos por prácticamente cualquier cosa: mejores asientos, maletas, comida, seguros, imprimir las tarjetas de embarque, el Wi-Fi, los auriculares? Todo está a la venta. Estas opciones entran en unos programas de ordenador que manejan los precios, extras y ofertas ?y que compiten contra los ordenadores y precios del resto de compañías que ofrecen los mismos trayectos. En cierto modo son como los ordenadores que compiten para operar en bolsa, el software para pujar en las subastas o las supertiendas de Internet.
Sabemos por otros estudios que la mejor fecha para comprar un billete es ni muy pronto ni a última hora; dicen que ocho semanas antes es la fecha óptima (hay compañías que venden con casi un año de antelación). Se puede optar por comprar por la tarde, que es más barato que por la mañana, o apuntarse a las listas de ofertas y esperar; incluso los precios de "último minuto", a veces, son una buena oportunidad si coinciden con el destino elegido ?la aerolínea casi siempre preferirá llenar los asientes una vez agotadas otras opciones.
Lo interesante es que los ordenadores de los viajeros también juegan un papel importante: con el software adecuado o accediendo a servicios de Internet pueden comparar al instante los precios publicados por todas las compañías, seleccionando las mejores opciones. Se puede acceder rápidamente al mejor precio, al trayecto más cómodo o incluso ?si las fechas son un poco indiferentes? elegir el punto de la curva de precios en que sea más barato, tal vez unos días antes o después de la fecha deseada.
Con todas estas posibilidades y factores es normal que no nos hayamos dado cuenta de que los precios han ido bajando con el paso del tiempo. Por un lado, para muchos viajar no es algo habitual (y no saben calcular cuánto suele costar un billete); la otra razón ?la más importante? es que mentalmente tendemos a no calcular el efecto de la inflación ?de modo que si un viaje Madrid-Nueva York costaba 900 dólares hace 30 años y 900 ahora, no nos parece que ha variado ?aunque se haya abaratado a la mitad.
[Nota: A la hora de adaptar estos datos a España u otros países hay que tener en cuenta el valor de la inflación local, que en el caso de España fue más radical: Aquí la variación entre 1978 y 2008 fue del 550%, frente al 50% estadounidense.]
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