Ya hemos hablado en este blog de qué es el Internet de las cosas. Una manera un tanto extraña de denominar a la conexión masiva de todos ?o la mayoría- de los objetos cotidianos, dispositivos y sistemas a una red de información que los gestione. Cafeteras, autobuses, sistemas de alcantarillado, estadios de fútbol y calentadores de agua, bañeras, circuitos de calefacción, supermercados, hogares inteligentes y relojes de pulsera? todo estará conectado a la red de redes. El punto de inflexión llegará cuando haya más cosas que personas conectadas a Internet. Y este concepto, por futurista que nos parezca, se concibió hace ya unos cuantos años y actualmente se baraja como algo inevitable.
¿Preparados? ¿Listos? Ya.
Lo cierto es que cada vez que conectamos nuestro Smartphone al pc o usamos una aplicación que lo convierte en mando a distancia, por ejemplo, estamos creando ese dichoso internet de las cosas. Pero a una escala mayor que la doméstica, algunos expertos señalan que nuestro país no es de los que están mejor preparados para sacar provecho de este proceso. Se supone que uno de los objetivos de tener conectado "todo" es mejorar el funcionamiento de las cosas, su rendimiento y efectividad. Su rentabilidad. Un mundo conectado sería un mundo más eficiente y productivo, y por tanto los no conectados quedarán en evidencia y saldrán perdiendo. Nadie puede predecir cómo será el futuro, pero algunos ya se han atrevido a vaticinar que esta revolución de la información puede reportar a Estados Unidos unos beneficios acumulados de 6,1 billones de dólares de aquí al año 2030.
Resulta casi imposible concebir la enorme cantidad de datos e información que se generará cuando hasta los cepillos de dientes estén conectados a una red. Sincronizar, almacenar, gestionar e interpretar esa información será el verdadero reto que tendrán que afrontar quienes quieran sacar tajada de este nuevo paradigma. Por otro lado, el consumo energético que se producirá está aún por determinar y es un factor que hace que muchos duden si es posible o necesario el Internet de las cosas. Con coches que se conducen solos, camisetas que chequean nuestro pulso y respiración o neveras que hacen la compra online cuando detectan que el cartón de leche pesa poco, cabe preguntarse si el mundo al que nos dirigimos será mejor o simplemente más complicado.
Con el internet de las cosas todo será diferente
Se calcula que una persona manipula, interactúa o necesita entre 1.000 y 5.000 objetos diariamente. Y se especula con que en un futuro no muy lejano, hasta 100.000 millones de objetos podrían estar conectados de alguna manera a Internet. La empresa estadounidense Cisco ha creado un "contador de conexiones" que parece llevar la cuenta de los objetos conectados. Así pues, el Internet de las cosas se está construyendo ya a nuestro alrededor y es solo cuestión de tiempo que este concepto cobre forma real.
Por supuesto, no se trata de que un lapicero esté conectado por WiFi. Pensemos más bien en sutiles señales de radio que que casi todas las cosas manufacturadas emitirán para que sus prestaciones, estado y posiblemente ubicación puedan ser medidas o por lo menos puedan ser conocidas si es requerido. Obviamente, la preocupación por la seguridad y la privacidad es un tema que tendrá aún más importancia cuando se acerque ese momento y está por ver cómo se sortearán este y otros problemas que sin duda acarrreará el -¿inevitable?- Internet de las cosas. Pero hay que recordar de nuevo que cada vez que usamos una tarjeta magnética, programamos el aire acondicionado o hacemos una fotocopia estamos haciendo el Internet de las cosas.
Problemas y soluciones
Por ahora, la única manera posible de almacenar la ingente cantidad de información que se obtendrá es usando las memorias virtuales, la conocida nube. Asimismo, una manera de simplificar un tanto la gestión de esta información es lo que llaman "interacción predecible". Es decir, que teniendo en cuenta patrones de conducta establecidos a lo largo de millones o billones de acciones precedentes, un ordenador tomará determinadas decisiones para con el usuario. O de una manera más sencilla: si la inmensa mayoría de la gente compra leche cuando le queda solo medio litro, esa misma regla se aplicará a todos o casi todos los usuarios, al menos en principio y a no ser que nosotros decidamos otra cosa. Lo que nos hace caer en la cuenta de otro posible efecto del Internet de las cosas: que aspectos personales de nuestras vidas sean gestionados por máquinas de una manera no solo impersonal sino un tanto impositiva.
Está por ver a donde nos llevará todo esto y qué forma cobrará finalmente un concepto aún tan difuso como el Internet de las cosas. Pero parece inevitable que cada día se extienda más y más la red de conexión que emita, transmita, almacene y recupere información sobre todo y todos. Nos guste o no, el Internet de las cosas, si es que le queremos dar ese nombre, es algo que se está construyendo ?que estamos construyendo- y que tendrá una importancia cada día mayor en nuestras vidas.