Si, como decía la canción, el vídeo mató a la estrella de la radio, algunas de las aplicaciones "anónimas" que tanto éxito están teniendo últimamente están terminando con el ansia de notoriedad e incluso la "obligación" de mostrar la identidad real de las personas en Internet. Hace años todo el mundo quería destacar y ser una estrella con herramientas como MySpace; después nos conformamos con tener un nutrido círculos social y acaparar muchos amigos en Facebook; ahora, la difusión de apps como Secret, Wut o Whisper, Confide o YikYak nos hace pensar que, de algún modo, estamos pasando de la Internet social a la anónima. Al menos para algunas cosas.
La justificación no hay que buscarla tan solo en la necesidad de mantener el anonimato para esquivar rastreos inoportunos o directamente burlar a la ley. Los programas P2P, basados en el anonimato, navegadores como DuckduckGo, que permiten la navegación sin dejar rastro en la red, o los simples y llanos troleos en foros son botones de muestra que ilustran lo "ventajoso" que puede resultar ocultar la identidad si perseguimos determinados propósitos. Pero si una tendencia está formada por la suma de muchos casos puntuales, la aparición y éxito de aplicaciones enfocadas al cotilleo impune, el desahogo anónimo o incluso la filtración de información hacen pensar que todos queremos jugar a ser Julian Assange en mayor o menor medida.
Paradójicamente, estas aplicaciones se reivindican a sí mismas proponiendo al usuario "ser él mismo", "hablar libremente" y a "difundir grandes ideas" sin miedo al qué dirán ni a ser juzgado por ser quien se es, y aseguran que los demás tendrán en cuenta lo que se les dice, no quién se lo dice. La realidad es que la inmensa mayoría de la gente usa estas aplicaciones para airear trapos sucios, extender rumores o levantar sospechas sobre el círculo de contactos, lo que convierte este "vehículo para expresarse libremente" en un simple patio de vecinos 2.0. El gurú de Internet Marc Andreessen dijo simple y llanamente que tales aplicaciones "están diseñadas para fomentar conductas negativas y para hundir reputaciones" o soltar chismes de mal gusto. Y es que, si bien es cierto que actuar desde el anonimato supone a veces un gran poder, también lo es que un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Con todo, el usuario siempre tiene la razón, y si la gran mayoría de la gente se decanta por convertir a Internet en un lugar donde nada es lo que parece y nadie es quien dice ser, pasaremos definitivamente de la"era del yo" a la del "alguien", e imperios como Facebook, que basan su poder en la posesión de infinidad de datos personales, pueden verse afectados por una nueva forma de comunicación basada en el anonimato. Si continúa creciendo la aversión mostrar nuestros nombres y datos, no es descabellado pensar que empiecen a surgir comunidades comerciales, sociales y de todo tipo en las que a nadie le importe quién eres sino lo que dices o lo que ofreces.
Pocos lo recuerdan, pero en el año 2006 la revista TIME nos nombró a todos "persona del año". En su portada, que reproducía un pantallazo que recordaba a Youtube, daban la bienvenida al internauta como protagonista y controlador de la "Era de la Información". Hoy día muy bien podrían sustituir esa portada por la misma pantalla con un interrogante en ella. Antes todos queríamos ser cibre-famosos y ahora... ¿queremos ser ciber-anónimos?